El Bostezo
Por Carlos Fernández-Rocha
(Especial para el boletín de noticias de la PUCMM)
(Especial para el boletín de noticias de la PUCMM)
La boca se va abriendo en un impulso incontrolable
como si la mandíbula inferior cobrase vida y tratase de separarse de la cara.
En una primera fase se va inspirando el aire a borbotones, a boca llena, produciéndose un sonido fuerte de aspiración
en la garganta; en la fase siguiente se expele el aire con una violencia más o
menos controlada y acompañada del característico sonido de lo que llamamos
popularmente el bostezo.
Esta común manifestación de la vida
humana puede ir acompañada de una
sensación de bienestar muy singular. Parece como si se sintiera a lo largo de
todo el espinazo su salutífico efecto secundario. Ciertamente, el bostezo es un
placer menor al que la sociedad nos tiene acostumbrado a disfrutar en soledad,
más que nada para no andar enseñando los cincuentaidós dientes a derecha ha e izquierda cada vez que bostezamos.
Se dice que la principal causa de los
bostezos es el sueño. Creo que a esta necesidad biológica hay que añadir lo que
popularmente llaman “la cuaja”. Ciertamente, “estar cuajao” no es lo mismo que
tener sueño, aunque a veces una cosa conduce a la otra. El hastío o el
aburrimiento, son también causa del bostezo que en estos casos es
particularmente repetitivo.
Me consta que los bostezos son
contagiosos. No sé si tanto como la gripe o los virus esos que andan por ahí; pero sé que son muy contagiosos. Tenía un
amigo que los usaba cuando quería deshacerse rápido de una visita o cuando a la
visita se le iba un poco la mano en el asunto del tiempo prudente para
marcharse. Había ensayado mucho delante de un espejo y era capaz de fingir
desde el más rotundo y desaforado bostezo, hasta el pequeño y contenido
bostecito que se tapa discretamente tras la palma de la mano. El efecto era
casi mágico; la visita en pocos minutos de tratamiento bostecil, estaba también
bostezando a mandíbula batiente y se retiraba rápidamente aquejado de un deseo
repentino de llegar pronto a la cama para entregarse, como dicen por ahí, en
los brazos de Morfeo.
Tengo que hacer una confesión: me
encantan los bostezos. Me encanta ir despejando la cabeza por la mañana con un
sonoro bostezo antes de entrar en la ducha. Me encanta ir estirando cada
músculo de la espalda, los brazos y las piernas mientras repito el tratamiento
mañanero. Uno siente cómo las neblinas del sueño se van despejando con las
oleadas de oxígeno que entran a la fuerza casi en los pulmones y de ahí a todo
el cuerpo.
Creo que la gente no bosteza con plena
conciencia de lo que hace. Me parece que no hay castigo más eficiente para una
charla aburrida que unos cuantos bostezos bien propinados en la frente del que
habla. Me da la impresión que lo deja desarmado y en la disposición de unirse a
coro con el bostezante. Hagan la prueba... con mucha discreción, claro está.
14 de febrero del 2000,
cafero.-
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