Nosotros, los Gorditos
Por Carlos Fernández-Rocha
(A mi médico, el Dr. Manuel Sadhalá
con cariño y respeto)
He tenido la tentación de escribir estas páginas desde hace muchos tiempo. Una mezcla de pudor y de temor al “qué dirán” me ha frenado. Pienso, sin embargo, que soy lo que puede llamarse “una voz autorizada”, en vista de que desde hace más de tres décadas tengo sobrepeso. Supongo que como yo, habrá muchos que pueden hacer suyas estas páginas y que sabrá Dios si mi testimonio puede ayudar a alguna alma descarriada que ve con malos ojos a nosotros los gorditos.
Se impone, en primer lugar, una clasificación, ya que hay gorditos y gorditos... Entre nosotros se usa el término de “lleno o llena” y mejor aún con el diminutivo “llenito o llenita” para designar a una persona de contornos “cuadradosos”. Es decir, ni tiene una barriga inmensa, ni papada, ni esos sobresalientes muslos o pompis. En una escala de menor a mayor sería el menos gordo de los gordos. Este individuo suele ser muy feliz, pues con cualquier dieta rebaja veinte o veinticinco libras y se acerca a un peso que la sociedad estima como adecuado. La mayoría de los que conozco con este físico parecen luchadores, son energéticos y buena gente, así en general.
Hay el gordo “barrigón”. A este gordito se le suele atribuir el volumen de su abdomen a la cerveza y muchas veces son infundios; es que simplemente su gordura se le acumula en el abdomen. Este es un gordito inconforme y rabiosito. Creo que trata inútilmente de hacer dietas que se van derrumbando poquito a poco según pasa el tiempo cuando ve que la aguja de la balanza del baño no corresponde con su esfuerzo.
La siguiente categoría es la de los gordos completos. Tienen sobrepeso hasta en las manos o en las orejas. Suelen ser tranquilos, apacibles y no pierden la paciencia con facilidad. Son, sin embargo un poco sentimentales, por lo que les ofende mucho que se hable de su sobrepeso. Ya se han sometido a una docena de dietas diferentes, han probado con las pastillas amarillas, las verdes y las azules, aquellas otras alemanas que eran casi mágicas o el plan cubano que era maravilloso y tercermundista... Se han entonces resignado a su peso y tratan, eso sí, de pasar, pese a su volumen, un poco desapercibidos. Son serviciales, solidarios y tremendamente buenos y nobles en sus cosas.
Finalmente, están los obesos que ocupan la categoría más extrema. Por cosas del destino o de la fisiología personal, han llegado a pesar mucho más de lo que atreven a aceptar. Su gordura se acumula en lugares que le dan una figura un tanto deforme. Casi siempre son diabéticos y padecen de trastornos hormonales. Hoy en día la obesidad y, en general, la gordura, está considerada una enfermedad. Los obesos son los más enfermos de todos y deben tratar de hacer algo para controlar su peso so pena de acortar su vida mucho más de lo que desearían.
Nosotros los gorditos pasamos muchos inconvenientes. No es solo que la ropa que necesitamos no aparece ni en los centros espiritistas, sino que además suele ser antigua, pasada de moda. Si nos decidimos a mandar a confeccionarla, entonces queda un poco “chueca” ya que no es fácil coser para figuras como las nuestras. Además, no nos montan en los carros públicos o nos quieren hacer pagar doble. En los ascensores, nos echan la culpa de que el aparato no quiera arrancar y en los botes, siempre estudian muy bien dónde nos colocan para no voltear la embarcación. En los restaurantes, cafeterías y fondas o friquitines, da igual, siempre piensan que vamos a comer doble o hasta triple, cuando nuestra intención es más bien modesta. Eso sí, invariablemente es a nosotros a quienes nos traen la cuenta, no importa si somos uno más de un grupo de seis comensales, por ejemplo.
Desde el punto de vista sicológico, y sin pretender escribir en estas pocas impresiones un tratado de profundidades abismales, hay varios tipos de gorditos. El gordito ansioso es el que come como para matar un hambre muy añeja. Este sujeto no hace muchas diferencias en cuanto a qué está comiendo, pareciera como si lo que importara es la cantidad y no la selección o la variedad. Hay el gordito selectivo, que como debe imaginar el amigo lector, a este le coge con comer helados o arroz con habichuelas, lo que sea. Finalmente, el gordito melindroso. El que nunca tiene hambre y cuando llega al restaurante retuerce la nariz porque todo lo hiede. Ese es el gordito que come nueve veces al día.
No creo que sería propio caer en los estereotipos de las películas hollywoodenses ya que en las varias décadas de mi carrera gordística nunca conocí un gordo que le gustara atabuznarse cinco platos de sancocho. Por lo menos, no en público. Es más, los que hacen estas cosas generalmente son bastante livianos de contextura física y eso es lo que les permite ganar las apuestas. Conocí a uno que llegó a engullir diecisiete hot-dogs con dos cervezas grandes. Creo, sin embargo, que no pudo dormir en paz esa noche.
Dejemos a un lado las sofisticaciones. Sí, es cierto que nos gusta comer. ¿Y qué? Si fuera algo intrínsecamente malo, no hay duda que serían muy válidos los prejuicios que tienen contra nosotros. Ni somos brutos, ni torpes, ni solo pensamos en la comida. Somos felices y parte de nuestra felicidad es desayunar como un príncipe, comer como un rey y cenar como otro rey. Ojalá todos pudieran disfrutarlo como nosotros. Amén…
4 de mayo de 1998,
Cfr.-
Comentarios
Publicar un comentario